Nos
puede parecer raro que se discuta si es la educación un derecho público o no,
aún más en un país en el que las leyes y las políticas públicas lo dejan muy
claro: aunque hay instituciones privadas, la educación pública sigue siendo un
derecho garantizado por el Estado. No obstante, desde el inicio de este año
ocurren en Chile varias protestas estudiantiles en contra de la privatización
de la enseñanza superior, que así lo es desde los 80 en el gobierno de
Pinochet. Lo que piden es la concretización de una promesa gubernamental hecha
por el Presidente Piñera y que no se vio cumplida hasta ahora. Antes vistos
como vándalos, al movilizar un 80 por ciento de la población chilena en contra
de las medidas del gobierno Piñera, logró hacer que todos, de una manera u
otra, protestara, pacíficamente, en favor de sus derechos como ciudadanos. A
pesar de las represiones que sufren, principalmente de la policía, las
protestas siguen y el gobierno necesita posicionarse en favor de lo que es
mejor para la sociedad. A continuación, una noticia publicada en agosto por el
periódico español El País y, a continuación, un video en que Piñera promete a
la población chilena educación pública, gratuita (mira la redundancia) y de
calidad.
"Unos
cien mil estudiantes y profesores marcharon ayer por las calles cercanas al
centro de Santiago al grito de "¡Y va a caer, y va a caer, la educación de
Pinochet!", en una nueva jornada de movilización que se extendió hasta la
noche con una cacerolada en todo el país para presionar al Gobierno conservador
de Sebastián Piñera con el objetivo de que acepte reformas de fondo en el
sistema educativo y en la Constitución. Varios sindicatos y gremios acompañaron
la marcha. Durante la protesta se produjeron incidentes entre pequeños grupos de
manifestantes y la policía que se saldaron con 273 detenidos en el país -72 de
ellos en Santiago- y un total de 16 civiles y 26 policías heridos.
Después
de dos meses de marchas, paros, huelgas de hambre y múltiples e ingeniosas
manifestaciones, el movimiento ha conquistado el apoyo mayoritario de la
población, que respalda en un 80% las reivindicaciones estudiantiles y mantiene
en ascuas a La Moneda, sede del Gobierno, que no ha sabido aún cómo responder a
las reivindicaciones. Los estudiantes han transformado a Piñera en el
presidente con menor respaldo popular (26%) desde el reinicio de la democracia
en 1990.
La
Moneda desplegó ayer a lo largo de la marcha de Santiago un dispositivo de
1.300 policías militarizados. Operaciones parecidas tuvieron lugar en las
principales ciudades del país, donde unos 30.000 estudiantes y profesores
salieron a la calle. Por la mañana, los piquetes de estudiantes instalaron
barricadas en diferentes arterias de la capital chilena para bloquear el
tránsito. Los agentes los desalojaron con rapidez.
Un
clima alegre y de carnaval reinó, no obstante, durante las cinco horas de
protesta. "Nuestros ideales no se reprimen", decía una de las
pancartas de los universitarios. Otros jóvenes simulaban estar encarcelados
bajo la leyenda "Condenados por la educación". Un muchacho se
disfrazó como el expresidente socialista Salvador Allende, con sus típicos
bigotes, anteojos y la banda presidencial. Abundaban mensajes de paz y señales
de no violencia.
Por
Twitter, la presidenta de la Federación de Estudiantes de la Universidad de
Chile (FECH), Camila Vallejo, pidió a los manifestantes terminar la
movilización en calma. "Los violentos no somos nosotros", dijo.
Uno
de los motivos que alienta las protestas es el endeudamiento de los
estudiantes, en especial, los universitarios. A diferencia de otros países, en
Chile son las familias las que deben financiar la mayor parte del coste de la
educación, lo que perjudica más a la clase media, que no cuenta con créditos ni
becas del Estado y debe acudir al banco para pedir un préstamo. Al terminar sus
carreras, los jóvenes se inician en la vida profesional endeudados durante años
y los que no finalizan sus estudios deben pagar de igual modo.
El
clima para la movilización estudiantil fue distinto del que hubo el jueves
pasado, cuando el Gobierno cortó el acceso a la principal avenida de Santiago,
la Alameda, y reprimió a través de la policía militarizada a miles de alumnos
de secundaria y universitarios con gases, chorros de agua y cargas a caballo.
Cerca de 900 personas fueron detenidas. Esa noche la respuesta de las familias
de los estudiantes fue masiva, sobre todo en los barrios de clases medias, con
una cacerolada nocturna en protesta por la represión a los jóvenes, en un tipo
de contestación que no se oía desde la dictadura de Pinochet (1973-1990).
Se
palpa un nuevo aire en algunas zonas de Santiago. Desde el jueves pasado, en el
barrio de Ñuñoa, donde viven clases medias, grupos de manifestantes salen a
golpear las cacerolas todas las noches. Cuando desde plazas y aceras pasan a
ocupar las calles e interrumpir el tránsito, la policía los reprime con gases y
chorros de agua. Otros barrios han comenzado a apoyar la iniciativa de protesta.
El
movimiento estudiantil ha estimulado un clima de movilización que Chile no
vivía desde hace décadas. Hace unos días, los autobuses del transporte público
se retrasaron una hora y, espontáneamente, quienes esperaban en la parada,
encabezados por una trabajadora doméstica, ocuparon la avenida, provocando un
atasco monumental durante una hora. Un grupo de taxistas, en protesta por el
aumento de precios de los combustibles, bloqueó las calles de forma coordinada
en varias ciudades. Los trabajadores de las dos mayores empresas mineras del
país han realizado paros ilegales en demanda de aumentos salariales,
aprovechando la bonanza del precio del cobre."
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